De la mano de Daniel, el Mochuelo, recorrí la larga sombra del ciprés que me condujo al mundo de las maravillas. Un mundo de inspiración y belleza, tan puras, que no amedrentaron a la Alicia que, cubierta de acné e ignorancia, osó invadir aquel espacio cálido que le ofrecía cobijo y consuelo.
Hoy, treinta años más tarde, he releído - si es que eso es posible - EL CAMINO y entre sus líneas he encontrado rastros de aquella niña. Es curioso que buscando reencontrarme con el viejo maestro y asegurarme de que aún podría hallarlo en aquellas páginas, de que con su marcha no nos había condenado a la orfandad, haya acabado por toparme con un yo olvidado.
Hoy, treinta años más tarde, he releído - si es que eso es posible - EL CAMINO y entre sus líneas he encontrado rastros de aquella niña. Es curioso que buscando reencontrarme con el viejo maestro y asegurarme de que aún podría hallarlo en aquellas páginas, de que con su marcha no nos había condenado a la orfandad, haya acabado por toparme con un yo olvidado.
Gracias, Don Miguel, descanse en la paz que ha debido de encontrar al final de su camino. Yo, por mi parte, cuento con sus palabras para seguir trazando el mío.
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